La comunicación como problema de coordinación
El descriptivismo está de moda. El prescritivismo (o normativismo) se contempla con recelo.
El descriptivismo es entretenido. Puede considerarse una afición emparentada con la entomología o la filatelia. Consiste en coleccionar especímenes —cuanto más exóticos, mejor— y pincharlos sobre un corcho con un alfilerito. Tiene, por supuesto, una componente política y moral muy vecina de lo posmo. Pero no quiero abundar ahora en ella.
En esta entrada quiero romper una lanza en favor del prescritivismo desde un punto de vista inhabitual: el de la teoria de juegos. El estudio de la comunicación y el lenguaje se ha estudiado desde muchas perspectivas, pero una de las menos frecuentes es la económica.
Cuando dos ordenadores establecen una conexión, acuerdan previamente utilizar un determinado protocolo y una determinada versión del mismo. Gracias a ese acuerdo, ambos comparten léxico y sintaxis. Así aumentan las probabilidades de que el intercambio tenga un resultado feliz.
Los hablantes aspiramos a intercambios comunicativos igualmente felices. Pero no disponemos de sistemas explícitos que fijen un modo de comunicación compartido. Así que, generalmente, tratamos de resolver el siguiente problema: ¿qué tipo de lenguaje espera nuestra contraparte? ¿qué tipo de lenguaje espera nuestra contraparte que esperamos nosotros?
En este sentido, es cómodo y eficiente, —al menos, en un gran número de situaciones— contar con un estánddar prescriptivo. Para muchos tipos de comunicaciones, una respuesta válida al problema de coordinación anterior es: aquello que sugiera la RAE. Tanto da si tiene un origen etimológico, si es la opción particular del villorrio natal del académico de turno o si es ajena al 99% de los hablantes. Lo importante es que Das ist Norm.
En ese sentido, la norma RAE actuaría como un punto focal o de Schelling que facilita la solución del problema de la comunicación que puede calificarse, bastante paradójicamente, de un problema de coordinación sin comunicación.