Un experimento mental con final abierto sobre la distribución de las vacunas
Esta entrada se limita a dejar constancia de un pequeño experimento mental con el que me entretuve hace unos días. No es, desde luego, una recomendación ni, siquiera, la manifestación de una preferencia personal. Es, como anuncio arriba, un mero experimento mental.
Además, este experimento mental obvia cuestiones técnicas, principalmente logísticas, que se derivarían de su aplicación. Al menos, en mi versión del experimento; a otros les podría apetecer introducirlas.
Como es bien sabido, tanto en España como en otros países las vacunas para el covid se han distribuido, esencialmente, en orden de edad, comenzando por los más mayores. Es una medida muy salomónica, simple de implementar y con una amplia aceptación social.
Pero se trata también de un sistema de distribuir vacunas que omite mucha información relevante sobre la prelación óptima: hay gente con enfermedades crónicas seguramente mucho más expuestos a los rigores del covid que muchos mayores en buen estado de salud; hay gente joven que por la naturaleza de su actividad tiene más riesgos no solo de contraer la enfermedad sino de diseminarla, etc. El estado, pese a controlar casi el 50% de la economía, tiene unos dedos gordos y torpes: no se espere jamás de él encaje de bolillos.
Eso motiva mi experimento mental: ¿quién tiene más información sobre quiénes deberían vacunarse antes, sus riesgos relativos, sus particulares contextos? Los ciudadanos de a pie, sin duda. Por lo tanto, el experimento consiste —consistiría— en repartir unos tokens al azar entre la población —tal vez la mayor de 18 años, de acuerdo con las recomendaciones de las autoridades sanitarias— y vacunar al portador.
Por ejemplo, si en un día determinado están disponibles 100k vacunas, a los móviles de 100k ciudadanos no vacunados cualesquiera se hacen llegar sus correspondientes tokens. Estos tienen la opción o de vacunarse ellos mismos o de transferir sus tokens de la manera que consideren más oportuna: a sus padres; al profesor de sus hijos; a un menesteroso; a un anciano al azar; a su jugador de fútbol favorito; al cajero de su supermercado; a quien ofrezca por su token más dinero en eBay; a, de ser antivacunas, alguien que les cae mal; a la chica que les gusta; a un actor; a, ¡quién sabe!, un político en activo.
Qué duda cabe de que este ejercicio revelaría la verdadera tesitura moral de nuestra sociedad. Es fácil moralizar —entiéndase despectivamente— sobre las políticas decididas por un comité dentro de esa organización monopolizadora de la fuerza que es el estado; es fácil acusar a uno u otro de saltarse el turno; es fácil convertir en categorías morales las decisiones simplonas del estado, de hacer de la necesidad virtud.
Pero sería todo un espectáculo ver el proceder de esas viejas visilleras token en mano.
Coda: Por si alguien quiere conocer mi opinión al respecto, creo que sería todo un caos. Simplemente porque tengo una gran desconfianza en mis congéneres y apostaría a que se comportarían como verdaderos capullos.