¿Emergencia climática?
Estas páginas no niegan el cambio climático. De hecho, el clima no ha dejado de cambiar en los últimos 500 millones de años.
Tampoco niega que por efecto del hombre, ciertas cantidades de CO₂ que estuvieron en la atmósfera, que fueron capturados por distintos organismos y permanecieron enterradas durante millones de años hayan vuelto a su lugar original y que ello haya causado ciertas alteraciones climáticas. Eso sí, es mucho más escéptico acerca de dichos cambios vayan a ser tremendamente nocivos para la humanidad. Aunque tampoco se quieren ignorar los potenciales efectos nocivos de dicho cambio en unas páginas que hacen de la idea de supervivencia su hilo conductor.
Sin embargo, la actitud de los poderes públicos es sumamente tranquilizante en ese aspecto: nos induce a pensar que la verdadera emergencia es fiscal y no climática. Que es lo que trataré de explicar en el resto de la entrada.
Me retrotraigo. El estado necesita ingresos para hacer aquello que tiene a bien autoencomendarse. Para ello grava una serie de actividades: el trabajo, el ahorro y el consumo, esencialmente (aunque es bien sabido que en última instancia, todas ellas son, en el fondo, distintos vectores del consumo privado; pero esa es otra cuestión). Es de perogrullo y casi ocioso mencionar que al gravar el trabajo, el ahorro y el consumo, hay menos trabajo, menos ahorro y menos consumo.
Si hubiese una emergencia climática, el estado podría tratar de financiarse gravando las actividades contaminantes —y esto es lo fundamental— en lugar de las anteriores. Podría incrementar muy sustancialmente los impuestos a ciertas industrias y productos y descontar esos ingresos adicionales de los impuestos tradicionales. Así mantendría el nivel de recaudación penalizando las actividades contaminantes y des-desincentivando esas otras que suelen considerarse positivas. Desde el punto de vista medioambiental todos ganaríamos y, desde el económico, si bien un sector de la población se vería afectado negativamente —aquel cuya subsistencia depende precisamente de esas actividades fiscalmente penalizadas—, la mayoría resultaría beneficiada. Aprobar este tipo de medidas sería, por lo tanto, mucho más rápido y mucho menos controvertido.
Sin embargo, lo que se observa es un incremento (tanto actual como potencial) de la presión fiscal en el flanco medioambiental sin una compensación en el tradicional. Simplemente, con la excusa de la emergencia climática, se intenta una subida de impuestos. Lo que conlleva muchas más resistencias, más retrasos, más escepticismo (como el que manifiestan estas líneas), etc.
Si fuese verdaderamente urgente luchar contra el cambio climático, si se quisiesen implementar cuanto antes las políticas que puedan retrasarlo, los poderes públicos harían más por recomponer sus ingresos fiscales que por incrementarlos. Que hagan lo segundo podría interpretarse como indicio de que en el fondo, lo del clima no les importa una higa y que sus aspavientos no son otra cosa que una maniobra de despiste para separarnos todavía más de nuestro dinero.
El razonamiento anterior ha erosionado muy sustancialmente la fe que pudiera haber tenido en ese dogma de los tiempos modernos que es la _emergencia climática_de la que, hasta nueva evidencia, me declaro escéptico.