El progreso, visto por un niño

Hace muchos años, cuando yo era un niño muy, muy pequeño, y volvíamos del pueblo, a veces, generalmente cuando se nos había hecho tarde y ya había anochecido, mi padre tomaba la autopista de peaje, el tramo Gallur-Zaragoza.

Para aquel niño resultaba asombroso tener que pagar —¿me suenan unas doscientas pesetas?— por circular por una carretera. Mi padre, que, de hecho, había trabajado como topógrafo en su construcción muchos años añtes, me lo explicó de la siguiente manera:

  • La autopista fue construida por una empresa
  • A cambio de su construcción, el estado le permitía cobrar por su uso durante unos años.
  • Al térmimo de ese plazo, la autopista revertiría en el estado y sería gratuita.

Esa fue para ese niño la imagen del progreso: progresar es, al fin y al cabo, volverse rentista. Del esfuerzo acumulado a lo largo de una serie de años durante los que es necesario pagar un peaje, se deriva la recompensa del uso gratuito a perpetuidad.

Por eso, a ese niño que ya no lo es, le ha sentado fatal esto.

[Coda: Esta es una entrada sinecdótica, siendo la autopista, como es fácilmente adivinable, la parte de un todo al que en última instancia apunta.]