Vacunas y el dilema del tranvía
Me autocito (de aquí) a modo de introducción:
Es decir, todos tenemos intuiciones sobre qué comportamientos son correctos y la ética busca modelos que, aplicados mecánicamente a situaciones X, proporcionen respuestas morales Y compatibles con dichas intuiciones. Si uno de tales modelos es satisfactorio (p.e., el kantiano no hagas a los demás lo que no querrías que te hiciesen a ti) en un número suficiente de casos, puede proponerse como ley general con la pretensión de extenderla o extrapolarla a todos. El estudio de los edge cases, los contraejemplos, como el famoso dilema del tranvía operan como piedra de toque popperiana para validar la universalidad de los principios.
El contraejemplo ahí citado, el del tranvía, lo es para una doctrina ética, la del consecuencialismo. En resumidas cuentas, en consecuencialismo da por bueno un acto si sus consecuencias netas, una vez descontadas las que son consecuencia directa del acto en sí, son positivas. En el dilema del tranvía y desde una perspectiva consecuencialista, si al operar la palanca matamos ciertamente a un sujeto pero salvamos la vida a cinco, el acto sería juzgado positivamente.
Nuestras —o algunas de nuestras— instituciones sanitarias, sin embargo, piensan de otra forma. Ellas son las que disponen de la palanca y sus estatutos —y, por lo tanto, sus incentivos— han sido elaborados desde una perspectiva tal vez no enteramente pero sí sustancialmente anticonsecuencialista: han puesto trabas en un proceso de vacunación masivo, lo que indirectamente acabará con la vida de unos cuantos sujetos, por salvar la de unos cuantos menos.
Solo porque la de estos últimos recaería en su debe mientras la de aquellos, a lo más, en la de la providencia divina.