El aborto en 2222
Si algo sabemos de las reglas morales es que varían en el tiempo. Se puede aventurar —aunque la relación exacta merece un análisis más detallado— que responden a las condiciones materiales de cada época. Por supuesto, con sus crisis de aclimatación.
Que el aborto sea un derecho reconocido —manifestación legal de un estado de opinión moral preponderante— responde a las circunstancias materiales muy concretas del mundo que vivimos. No lo fue, sin embargo, del que ya no existe y, argumento debajo, no lo será de uno futuro muy plausible.
En 2222 el 60% de la población estará jubilada. El 10% serán otro tipo de inactivos y el 30% serán trabajadores. Los jubilados serán el estado y sus normas e instituciones estarán al servicio de sus dueños. En la política de hoy se aprecian, de hecho, los gérmenes de lo que llegará.
Habrá carestía de mano de obra y los jubilados necesitarán —llamémoslos así— siervos que los provean de todo tipo de bienes y servicios. La natalidad será baja por múltiples motivos, entre ellos porque los siervos —hombres y mujeres libres en principio, pero sometidos a una extracción de la plusvalía que les haría envidiar a la de los esclavos romanos—, tendrían pocos recursos disponibles, vivirían hacinados en pisos diminutos, etc. Pero todo el mundo entenderá que la supervivencia del estado, el instrumento del que se servirán los jubilados para obtener su medio de sustento, dependerá críticamente de que se renueve adecuadamente la masa laboral y, por lo tanto, vengan niños al mundo.
Por diversas vías fácilmente imaginables se habrá puesto de manifiesto la sangría poblacional que suponen determinadas prácticas. Entre ellas, evidentemente, el aborto. Así que, después de haber sido afeado y, posteriormente, condenado, habrá acabado siendo estrictamente prohibido. Salvo, tal vez, en algunos casos alineados con las de una neoeugenesia moralmente restaurada.
Habrá mujeres —jóvenes, mayoritariamente— que hablen del aborto en términos morales, de derechos absolutos. Que apelen a épocas felices en que la gente aún podía irse de vacaciones, dos siglos antes. Se las llamará reaccionarias, como hoy a los se inspiran —de haberlos— con la obra de Donoso Cortés. Hablarán de los derechos de las mujeres y el 60% de ellas, jubiladas todas, dirán: las mujeres somos nosotras.
Etc.
El libro, que lo escriba otro. Pero, por favor, sin tufillo moral sincrónico.