Trump y mentes semieducadas
El filósofo de la educación Kieran Egan tiene un libro bastante recomendable, The Educated Mind. Esencialmente tiene dos partes. La primera trata los objetivos de la educación que son tres:
- Enseñar cosas que son ciertas (1+1 = 2, etc.).
- Enseñar usos y costumbres sociales (decir “buenos días”, etc.)
- Desarrollar el pensamiento crítico.
A nadie se le escapará que los tres objetivos no están siepmre perfectamente alineados (y ahí radica, en parte, la dificultad de la educación).
En la segunda parte discute cuatro estadios en la evolución de la mente infantil-juvenil que se corresponden con otras tantas estrategias educativas:
- La fase mítica (hasta los 6-7 años).
- La fase erótica.
- La fase filosófica.
- La fase irónica.
Durante la llamada fase mítica, la mente de los niños es muy receptiva a:
- Oposiciones binarias (alto-bajo, frío-caliente, bueno-malo, amigo-enemigo, etc.). Más adelante, los niños aprenden y se familiarizan con los tonos de gris, pero en esa época el mundo parece entenderse mejor a través de disyunciones.
- Los cuentos, las narraciones, los mitos.
La recomendación de Egan para un currículo educativo en esas edades tiene que ver con la estrategia de los nadadores que quieren atravesar un río: no nadar contra la corriente, dejarse arrastrar según se avanza hacia la orilla opuesta. Es decir, exponer a los niños a múltiples conceptos apuestos por un lado y embeber aquellas cosa que se les quiera enseñar en un excipiente de historias, mitos, cuentos, narraciones, etc.
¿Y Trump?
Tengo poco que decir de él. Solo en dos ocasiones en toda mi vida me he tomado la molestia de averiguar directamente sobre él escuchando lo que dice en lugar de leer lo que otros me quieren contar sobre su obra y pensamiento. La primera fue un mitin suyo que dio cuando se postuló como candidato republicano antes de su primera presidencia y la segunda, parte de su entrevista con Elon Musk en Twitter durante su tercera y exitosa campaña presidencial. Del primer mitin recuerdo poco: solo, que no me pareció tan extravagante y disparatado como advertían por aquel entonces los comentaristas políticos. Parecía un discurso típico de un candidato republicano estadounidense.
Pero en la entrevista con Musk no pude dejar de apreciar un paralelismo muy sospechoso entre aquello que oía de dos de los individuos más poderosos del planeta y lo que Egan nos cuenta de la fase mítica. Estaban tratando a la audiencia de la misma manera que Egan recomienda a los profesores tratar a los críos de cinco años: con oposiciones crudas de conceptos simples e historietas memorables en las que lo significativo no es lo explícito —como no lo es en aquella fabulilla del cuervo que quería comer un queso o en aquella otra del pastorcillo que gritó !lobo!: nos da igual si existieron o no o si lo hicieron de la manera exacta en la que nos las contaron por primera vez— sino la moraleja.
Del anterior razonamiento se extraen dos tesis. La primera refina una idea bastante popular: esa de que los políticos tienden a tratar a la gente como a niños. En el caso de Trump, no solo parece ser cierto sino que la forma concreta de esa pedagogía no es para nada casual sino que está construida —probablemente, de forma muy premeditada— sobre la genuina ciencia de enseñar a los párvulos. La segunda es que en el caso de Trump —y, supongo, de otros que apliquen sus mismos métodos— es obligado refinar el concepto de bulo o bulo sería también que en algún tiempo hubo cuervos y raposas que hablaban un idioma común y disputaban por un pedazo de queso. Mucho más relevante es desempaquetar la moraleja y valorarla por sus propios méritos habida cuenta de que la forma que la envuelve no es sino azúcar para la plebe.