¿Acierta (y dónde) la futurología?
Existe un debate sobre cuánto y cómo acertaron las predicciones que se hicieron en décadas pasadas —léase, Asimov, etc.— sobre el mundo de hoy en día. Uno puede leer, por ejemplo, The Track Record of Futurists Seems … Fine, donde se defiende su éxito relativo. J. Storrs Hall tiene un libro, Where Is My Flying Car?: A Memoir of Future Past en el que se examina la cuestión más extensa y sistemáticamente y se llega a una conclusión similar, pero en la que se adivina un patrón que ayuda a distinguir las predicciones que llegaron a materializarse y las que no —así como las que quedaron muy cortas—: su dependencia en el uso de energía.
Hemos logrado materializar las ensoñaciones de nuestros predecesores en aquellas tecnologías que requieren un escaso uso de energía: telecomunicaciones, acceso a información, generación de lenguaje automático, etc. Pero nos hemos quedado muy cortos en todo aquello que implica necesariamente un elevado uso de energía, como los viajes espaciales, los coches voladores y otras invenciones que consumen hidrocarburos a chorro.
Ahí pues una cuestión a considerar por parte de quienes se vean en la tesitura de pronosticar —o evaluar los pronósticos— hoy.