¿De dónde sacan a los econimistas en España?
Dudo que exista alguna disciplina de la que nadie haya recopilado alguna lista de paradojas asociadas a ella, es decir, resultados que la disciplina da por buena pero que están en conflicto con la intuición o el sentido común. Por ejemplo, en probabilidad es posible probar que en una habitación con apenas 23 personas elegidas al azar, hay una probabilidad del 50% (aproximadamente) de que dos de ellas cumplan años el mismo día.
Hay fenómenos, como el llamado price grouging sobre el que se pueden realizar muchas valoraciones de muy distinto tipo. El price grouging —término que no parece tener traducción asentada en el español, así que me referiré a él como PG en lo que sigue— consiste en la fijacíón de precios excepcionales en situaciones excepcionales. John Cochrane delimita los términos de lo que el PG es aquí, de donde rescato y traduzco:
El PG es fundamentalmente distinto del precio monopolístico, la colusión o la fijación de precios. El PC ocurre en mercados perfectamente competitivos. De repente hay una carestía, sea porque colapsa la oferta o porque se dispara la demanda. Los precios suben con respecto a lo que la gente acostumbra a pagar. Quienes tienen stocks porque los compraron cuando los precios eran más bajos, pueden obtener un beneficio temporal.
A mucha gente le puede parecer mal y su intuición moral sobre el fenómeno puede ser de reproche. Pero el fenómeno puede analizarse desde categorías puramente económicas, como hace Cochrane en el enlace anterior, y argumentar cosas como que:
- El PC hace aumentar la oferta precisamente cuando más se necesita.
- En mercados competitivos, la transmisión de renta que denuncian algunos es temporal: los beneficios que pudieran obtenerse en situaciones excepcionales ayudan a compensar pérdidas operativas durante los periodos ordinarios. Más claramente, en un mercado competitivo, todos los agentes están al límite de la quiebra. Para que el razonamiento anterior resulte más claro, piénsese en esas pequeñas tiendas de barrio que venden de todo. Igual pueden permanecer abiertas precisamente porque unos pocos días al año consiguen vender paraguas muy por encima de su precio, etc. Esos paraguas tan caros no sirven tanto para enriquecer a los tenderos como para subvencionar las mercancías que venden de ordinario.
Como sea, la economía es la única discipina que parece explicar, justificar e incluso sugerir el uso del PG como remedio a situaciones puntuales de falta de suministros. Cabría esperar que en un comité de expertos en el que se discutiese la estrategia a seguir en una de tales situaciones, el economista fuese el valedor del PG frente a otras partes: obispos, asociaciones de vecinos, etc.
De ahí mi asombro al leer en NadaEsGratis el artículo ¿Precios desorbitados de las VTC ante el apagón eléctrico? de cuya sección de conclusiones extraigo:
Aunque el incremento de tarifas aplicado por las plataformas VTC durante el apagón pueda parecer, a primera vista, abusivo, su valoración desde una perspectiva económica exige ciertos matices. Si dicho aumento logró incentivar una mayor oferta de vehículos —en un momento de colapso del transporte público— y permitió que más personas pudieran desplazarse, entonces podría haber tenido un efecto positivo sobre el bienestar general, a pesar de su evidente impacto redistributivo. Para ello es clave que el sistema de precios dinámicos esté realmente vinculado a una mayor disponibilidad de vehículos; de lo contrario, el incremento de precios no haría más que trasladar rentas desde los usuarios hacia las plataformas.
Parece que la legislación aprobada el pasado año para limitar los aumentos de precios en situaciones de emergencia no contempla estas distinciones económicas con lo que el juicio jurídico sobre lo ocurrido el día del apagón puede diferir del análisis económico y de bienestar. En cualquier caso, el análisis previo no significa que no pueda ser conveniente establecer regulación que, aun permitiendo incrementos significativos de precios en determinados contextos, los limiten para evitar la exclusión de usuarios con necesidades reales pero con menor capacidad económica.
Finalmente, añadir que es comprensible que, en situaciones de emergencia como la vivida durante el apagón, se espere y desee que tanto las personas como las empresas actúen guiadas también por principios éticos y no únicamente por el interés económico y personal; de hecho, según el relato de diversos medios, hubo muestras notables de solidaridad y cooperación ciudadana. No obstante, ello no debería impedir reconocer que, en economías capitalistas como la nuestra, el buen funcionamiento de los mercados —incluido el mecanismo de precios— puede, en determinadas circunstancias, contribuir también al bienestar común.
En el primer párrafo no hace otra cosa que poner en cuestión ideas que suelen traer los primeras páginas de los libros básicos de economía: que la oferta crece con el precio. Dan ganas a veces de matricularse en primero de economía, contestar todo al revés, suspender y luego ir a la revisión de exámenes con recortes de prensa en los que mismo el profesor de la materia se alinea más con la respuesta tachada con boli rojo que con lo que rezan los apuntes.
En el segundo abdica de su condición de economista y opina como cualquier vecino de corrala. Si uno lee NadaEsGratis es para saber de catedráticos de economía lo que esta ciencia dice sobre asuntos de cierta relevancia e interés. De querer oír que es importante evitar la exclusión de usuarios con necesidades reales pero con menor capacidad económica, hablo con la portera de casa, que está absolutamente de acuerdo.
Finalmente, el tercero es enmarcable. Nos insta a todos, primero, a comportarnos éticamente. Y después, nos invita a reconocer que el buen funcionamiento de los mercados puede en determinadas circunstancias contribuir también al bienestar común.
¿De dónde sacan a esa gente?