Las subvenciones: el modelo

Se puede pensar en una empresa como en un conjunto de personas sentadas alrededor de un montón de dinero. Las personas van tomando dinero del montón —nóminas, bonus, dividendos, etc.— y con él pagan sus casas, sus coches, el colegio de sus niños, etc. Desafortunadamente, el dinero del montón se va consumiendo. Así que las personas que vivían felices simplemente agarrando fajos de billetes, se ven en la penosa y tediosa tesitura de pensar cómo añadir más dinero al menguante montón.

En lugar de cuidar de su jardín, dibujar, montar en bicicleta o merendar a la orilla del río, las personas que componen la empresa se ven forzadas a discurrir cómo ganar dinero para el montón y eso los obliga a dedicar un montón de horas a la semana pensando en nuevos productos y servicios, soportando las quejas de los clientes insatisfechos, metiendo cajas en camiones o copiando, pegando cifras en una hoja de cálculo y, en definitiva, soportando las inclemencias del mercado.

Fabricar cachivaches no solo es cansado sino que de todo el dinero que pagan los clientes por ellos, una parte significativa se va en pagar a los proveedores, a los bancos, a la compañía eléctrica, a los fabricantes de la maquinaria, etc. ¡Sería mucho más conveniente quedárselo todo!

Además, el mercado es cruel: si los cachivaches que fabrica la empresa o los servicios que provee no son del gusto del consumidor, los integrantes de la empresa no solo habrán tendido que trabajar —y dejado de hacer cosas más placenteras— sino que, además, seguirá sin haber dinero que agarrar en la pila.

De todos modos, las empresas están acostumbradas a que si quieren dinero en el montón, tienen que ofrecer alguna contrapartida para ello. Pero, ¿cómo se puede reestablecer el dinero de la pila sin tener que someterse a la fatigosa disciplina del mercado? Diríase que no hay forma. Pero sí que existe una menos fatigosa: lograr subvenciones.

Lograr subvenciones tiene sus servidumbres. La primera es que hay que pasar por el farragoso proceso de solicitarla. Es como el márqueting, pero con algunas diferencias más o menos superficiales. La segunda, que no todo el dinero de la subvención va directamente al montón de los billetes. Quien otorga la subvención aspira a que la empresa no se limite a repartir el importe entre los miembros de la empresa sino que se fabrique alguna cosa, valga o no para nada; es decir, que demuestren algún atisbo de diligencia. Tal es la sustancia del gámbito de las subvenciones de ese tipo: dinero a cambio de atisbos.

Así que la empresa toma el dinero de la subvención, pone el 20% en la pila común y rifa echa a suertes quién consume el 80% restante en la liturgia de hacer como que se hace algo que justifique todo el circo.