Cambio climático: ¿por qué esta vez es diferente?
El del llamado cambio climático no es el primer gran reto medioambiental que recordamos los que tenemos ya cierta edad. Hace no tanto, los que iba a acabar con nosotros fueron, primero, la lluvia ácida y, después, el agujero de la capa de ozono. Pero estos dos problemas han sido solucionados. Así que la pregunta casi necesaria es: ¿podrá igualmente solucionarse el problema del cambio climático? ¿Hay algo que lo haga distinto?
Puede argumentarse que el cambio climático es cualitativamente distinto a los otros dos problemas: estos fueron resueltos mediante soluciones técnicas fáciles de implementar y supervisar y que tenían un coste relativamente pequeño, lo que facilitó su aceptación por parte de la comunidad internacional.
Desde cierto punto de vista, ambos se resolvieron mediante un impuesto: aceptamos producir lo mismo con un coste marginalmente superior. Ese coste era el derivado de sustituir los CFC por alternativas menos lesivas para la capa de ozono, la instalación de catalizadores en los vehículos y plantas de producción eléctrica, etc. Como resultado es posible que las neveras, los sistemas de aire acondicionado, los coches o el kWh de electricidad sean un poco más caros, pero el coste adicional es pequeño y está perfectamente asumido por el consumidor.
Además, es relativamente fácil y barato comprobar y verificar que los fabricantes de frigoríficos o las centrales térmicas aplican efectivamente las medidas internacionalmente acordadas. (Aunque también hay que admitir que es un poco más caro y organizativamente complejo verificar que hasta la última fragoneta que circula por nuestras calles tiene los catalizadores en orden).
En resumen, ambos problemas se solucionaron mediante la introducción de un pequeño impuesto destinado a sufragar el coste del despliegue de una tecnología ya existente y probada. El consumo del bien de interés hubo necesariamente de reducirse —pasa con todo tipo de impuesto—, pero en magnitudes pequeñas, inapreciables.
El del cambio climático es un problema cualitativamente distinto en tanto que está provocado en gran medida por la emisión de CO₂. Uno de los vectores de la lluvia ácida era la emisión de SO₂ al quemar carbón para producir electricidad. Pero el azufre no es estrictamente necesario en el proceso industrial: es de una impureza presente en el carbón y resulta perfectamente posible seguir produciendo electricidad después de haberlo eliminado. Sin embargo, tenemos que seguir quemando carbono para producir energía eléctrica, no podemos limpiar el carbón de carbono.
Los CFC lesivos para la capa de ozono se producen en un pequeño número de instalaciones y se aprovechan en un número reducido de procesos industriales. Es trivial seguirles la pista y auditar su producción, uso y consumo. Sin embargo, pretender realizar una auditoría similar en la cadena de suministro de los combustibles fósiles es, prácticamente, quimérico.
Los tres problemas —los dos resueltos y el que tal vez no lo esté nunca— se parecen en que su solución exige medidas técnicas más o menos viables y político-económicas: como se ha argumentado arriba, aceptar de manera global o un impuesto o algo asimilable a él. La diferencia estriba en que el tamaño de impuesto necesario para frenar el cambio climático es sustancialmente más oneroso. Además, el impacto —tanto del cambio climático como del impuesto— está muy desigualmente distribuido a través de la comunidad internacional (véase, p.e., esto). Así las cosas, no cabe esperar el acuerdo global necesario para implementarlo: contradice los principios básicos de la teoría de juegos y la propia experiencia histórica. Un acuerdo de estas características jamás se ha visto antes y, previsiblemente, seguirá sin verse jamás.