"Caricaturas antropológicas" que subyacen a ciertos posicionamientos políticos

Me ha llamado siempre la atención cómo el posicionamiento político de determinados —¿todos? ¿muchos?— individuos parece emanar de unas escuetas caracterizaciones antropológicas, unas caricaturas sobre cómo es el hombre, a las que se aferran. Algunos ejemplos:

Oí contar una vez —y espero que la memoria no me falle aquí— que para Peces Barba, los marbetes de izquierda y derecha eran consecuencia directa de la respuesta que sus portadores hacían a la pregunta: ¿Vd. cree que la gente, en general, es buena o mala?

Una vez vi una breve entrevista que le hicieron a Gabriel Tortella en la que le preguntaban por su posicionamiento político. Él se autodefinía como socialdemocráta justificando su postura con el siguiente argumento: si bien es cierto que tanto él como la gran mayoría de los de su entorno son adultos funcionales capaces de valerse en el mundo por sí mismos, reconocía que una amplia capa de la población sería incapaz de operar autónomamente en sociedad: no cuidarían de su salud, no educarían a sus hijos, no ahorrarían para la jubilación, etc. Por eso, a su juicio, es necesario un estado paternalista y capaz, que los mantenga sanos, nutridos y razonablemente instruidos, etc. La izquierda sería en este caso el remedio al reconocido hecho de que un importante porcentaje de nuestros conciudadanos son unos tarados y unos memos.

La economía conductual en general y los nudges en particular han sido atacados desde muy diversos ámbitos y por muy distintos motivos, pero uno de los más relevantes para la discusión de hoy es el siguiente: que uno de los pilares conceptuales sobre el que se sostiene la ideología democrática es el de la racionalidad de los votantes. Existe un homo democraticus, emparentado con el homo economicus, que la economía conductual pone en cuestión. Es natural que los defensores a ultranza del sistema democrático —los que Gustavo Bueno tachaba de fundamentalistas democráticos— miren con recelo toda la literatura construida —y hay que reconocerlo: con frecuencia, muy mejorablemente— alrededor del concepto de nudge.