Campañas electorales e información
En democracia hay elecciones periódicamente. Los candidatos exponen sus programas, los discuten en debates, etc. y la gente vota.
Cabría esperar que el primer año de mandato de un representante elegido —de no mediar guerras o catástrofes— sea previsible: durante semanas ha expuesto públicamente sus planes y cabría esperar una cierta correspondencia entre estos y su actividad una vez en el cargo. Pero es curioso que a nadie le llame la atención en los debidos términos:
- Lo sorprendentes que resultan las políticas de Trump apenas instalado en la Casa Blanca.
- Que en Alemania hayan tolerado durante años —según se cuenta— que los trenes lleguen tarde y que las operaciones de cataratas se demoren, etc. por honrar el sacrosanto freno de deuda. Pero que ahora, de repente, el candidato ganador de las recientes elecciones, apenas un semana después de los comicios y antes incluso de tomar posesión del cargo, proponga abolirlo sin haberlo llevado en el programa (y que The Economist lo aplauda).
Supongo que no serán los únicos casos.
¿Debería ser esta constatación un motivo para prestar más/menos atención a las campañas electorales y al proceso democrático? De quebrarse la correspondencia entre palabras y hechos, ¿es racional prestar atención a las primeras?