Discursos contra discursos, anécdotas contra anécdotas
La relación entre anécdotas y discursos (o, en cierto modo, categorías) es problemática.
La gente no muy ilustrada (por ejemplo, porque tiene cinco años) tiene cierta tendencia a generalizar a partir de pequeñas evidencias circunstanciales. A veces acierta; otras, no.
Podría pensarse que, para ayudarlos, se podría recurrir a discursos, indicarles que aquello que ven es una mera excepción a una regla o discurso general que afirma otra cosa. Tengo la sospecha de que eso crea disonancias y, a la larga, desconfianza en las categorías. Por eso, además, las he querido denominar discursos en esta entrada.
Tengo la sospecha de que es más útil contraponer discursos a discursos y anécdotas a anécdotas. Si alguien observa la anécdota $x$ y la generaliza a $X$, podría ponérsele también delante otra anécdota observable $\neg x$ y dejarle como ejercicio el tratar de encajarla en su neoteoría.
Al final, buscamos principios a los que asirnos. Algunos que nos proporciona nuestro sistema de valores son manifiestamente falsos y no se justifican desde el punto de vista del conocimiento sino de consideraciones utilitaristas: seríamos una mejor sociedad si todos nos comportásemos como si fuesen ciertos. Esos principios son la fuente de frecuentes disonancias cognitivas en aquellos que miran el mundo con franqueza. La estrategia que he tratado de delinear más arriba no soluciona el problema pero es posible que lo mitigue mejor que otras.