¿Cómo (no) evaluar una heurística?
Esta breve entrada continua y remata la de la semana pasada. Allí discutía como la racionalidad de una heurística —incluyendo las ideologías y sin entrar a evaluar qué es racional— no puede ser nunca el criterio de bondad.
Entonces, ¿qué hace buena a una determinada heurística? Podría resumir aquí la discusión de Gigerenzer sobre cómo los beisbolistas atrapan las pelotas, pero el lector interesado lo puede consultar por su cuenta —se le recomienda encarecidamente— en A Simple Heuristic Successfully Used by Humans, Animals, and Machines: The Story of the RAF and Luftwaffe, Hawks and Ducks, Dogs and Frisbees, Baseball Outfielders and Sidewinder Missiles—Oh My!. En general, dentro de la disciplina de la racionalidad con limitada, en el que se inscribe el trabajo anterior, se ofrecen respuestas a esta cuestión. Respuestas que, por lo que he visto sin pararme a repasar la literatura, suelen ceñirse al mundo de pequeñas decisiones cotidianas.
Pero extendido a otras más trascendentes, podría aplicarse el mismo criterio: es buena una ideología, por ejemplo, no en tanto que justificable racionalmente sino en tanto que logra que el sujeto alcance sus objetivos de manera más o menos adecuada y pueda operar con cierta normalidad. En definitiva, si es propicia para su supervivencia. Pueda o no justificarla desde primeros principios.
[Habrá quien sostenga, y es muy admisible, que al final, racionalidad y alineamiento con la supervivencia del sujeto son propiedades empíricamente emparejadas. Y en muchos casos habrá que concederle la razón. Pero los monstruos producto de la razón y la sorprendente eficacia de algunas heurísticas muy difícilmente justificables racionalmente ponen muy en cuestión la identificación automática entre razón y aquello que, en el fondo, más nos preocupa.]