Principios de moral

En esta entrada voy a establecer primero y discutir mínimamente después unos principios de la moral. Más que como verdades ontológicas —sobre lo que no me pronunciaré— lo haré como una perspectiva —que estimo muy fructífera— que nos permite entender y razonar sobre los problemas morales.

Los tres principios de la moral

  • Moral, ética y comportamiento/conducta son sinónimos. Toda conducta es moral.
  • El concepto abarca tanto el comportamiento humano, como el de los animales (las criaturas animadas, en general, incluyendo, p.e., a las amebas) y el de las organizaciones sociales de todo tipo (empresas, grupos terroristas, estados, etc.)
  • El criterio que permite juzgar el comportamiento de un sujeto es su relación su supervivencia: será bueno/malo aquello que favorece/pone en riesgo su supervivencia.

Discusión

Es habitual el distingo entre moral (el comportamiento en sí mismo) y ética (el estudio racional, frecuentemente académico, de la conducta); es decir, reservar el término ética para denotar una suerte de metaconducta: aquel subconjunto de comportamientos que versan, precisamente, sobre el análisis del comportamiento. Bajo la perspectiva que aquí se presenta, sin embargo, esa distinción no será estrictamente necesaria.

Sobre la extensión de la moralidad más allá del ser humano se pueden decir muchas cosas y, entre ellas, por comenzar, que su restricción a este podría considerarse un resabio de la teología medieval: solo el hombre va a enfrentarse al Juicio Final; luego solo el hombre se enfrenta al dilema entre el bien y el mal y solo a él le compete realmente distinguirlos y actuar en consecuencia.

Sin embargo, el comportamiento es producto de una serie de predisposiciones conductuales cuyo origen es evolutivo y existen porque fueron útiles en la lucha por la supervivencia. Pero esta lucha por la supervivencia es común a la especie humana, a las amebas y a la mafia siciliana. En todas ellas generó mecanismos adaptativos que fueron útiles en tanto que existen actualmente. Aunque el problema de la moral sea visto por muchos como más acuciante en lo que respecta al hombre, no hay más que ver la literatura sobre ética política, ética empresarial, etc. —que rebasan la conducta de los hombres que actúan en su seno— para intuir que existen ámbitos morales ultra antropocéntricos.

Además, gran parte del comportamiento humano es irracional, automático y, en tanto que tal, común y compartido con otras criaturas semovientes.

Finalmente, el hecho de fundamentar la moral en el principio de la supervivencia es a la vez un principio a la vez casi tautológico —no hay comportamiento sin supervivencia, si el sujeto ha perecido— y contraintuitivo en tanto que en la literatura sobre la ética las cuestiones relativas a la supervivencia quedan ocultas y ofuscadas por una superestructura de argumentos que apenas dejan adivinarla a través. Valga como ejemplo la constitución española de 1978. En sus primeros títulos se establecen una serie de derechos y obligaciones propios de los estados liberales contemporáneos que se consideran los valores fundamentales que el estado ha de garantizar y promover; en los siguientes títulos se describen los mecanismos de los que dota el estado, las tecnologías de acción política, para sostener aquel entramado de principios. Pero el quid de la cuestión está oculto en el anodino artículo 116 que rige, entre otros, el estado de sitio. El estado de sitio que permite suspender —todo lo temporal y subordinadamente que se quiera— gran parte si no todos aquellos derechos fundamentales, aquellos principios básicos, cuando la supervivencia del estado esté en peligro. El estado no es el capitán que se hunde con su barco tras poner a salvo a la marinería sino que cuando llega la galerna; en realidad, se cuida mucho de encadenar la tripulación al puesto que le corresponde: queda claro que lo primero es el barco.

Problemas morales

Extender el ámbito de lo moral más allá del ser humano e identificarlo con la conducta puede parecer que elimina todo lo problemático en la moral. Si algo lo es todo, en el fondo, no es nada. Puede parecer también que disuelve el estudio de la moral en el una catalogación y clasificación puramente descriptivista de los comportamientos: las amebas hacen esto; los bomberos, eso; etc.

Pero nada más lejos de la realidad. En esta sección quiero describir los dos mayores problemas morales. O más bien, los dos grandes esquemas en que se reducen en última instancia los llamados problemas morales.

El primer problema (o categoría de problemas relativos a la) moral es la inadecuación de nuestros mecanismos de predisposición conductual a nuevas circunstancias. Es un fenómeno que ocurre diacrónicamente en el mundo natural (de ahí que se extingan determinadas especies) o en el de las organizaciones humanas, pero que es más urgente cuando ocurre sincrónicamente en el espacio antropológico. En efecto, la evolución nos ha provisto de mecanismos —muchos de ellos biológicos— que crean en nosotros predisposiciones al comportamiento que proporcionan respuestas erróneas (en el sentido de la supervivencia) cuando no disparatadas en entornos muy distintos de aquellos en los que fueron seleccionados. Algunos de esos mecanismos son, por ejemplo, endocrinos: bajo ciertos estímulos, determinadas glándulas segregan hormonas que nos predisponen a cierto tipo de comportamiento. Ese tipo de estímulos pueden ser generados arteramente por, p.e., publicistas de toda índole.

No quiero abundar más en esa cuestión porque que daría para mucho y soy la persona menos indicada para hacerlo. Pero sí quiero apuntar que sospecho que es la base de un neorromanticismo (por no llamarlo neosentimentalismo o, se me permite, endocrinologismo) que se extiende actualmente por todo occidente.

Tampoco quiero abundar en los errores de la evolución. Es falaz argumentar que algo es perfecto —y no puede ser de otra manera— porque es resultado de un proceso evolutivo que lo ha optimizado hasta el límite de lo posible: existen sujetos muy imperfectos que en un medio natural serían pasto rápido de los depredadores pero que en el post-industrial en el que circunstancialmente se encuentra el género humano se nos quieren a veces presentar como excepciones (cuando en realidad son regla).

El segundo es que cada persona está inscrita, voluntariamente o no, en varios círculos morales. Además del que lo abarca únicamente a él —y que le prescribe, p.e., lavarse los dientes con cierta frecuencia— puede pertenecer a círculos tales como el cuerpo de bomberos, su familia, su nación, una parroquia, un sindicato, un club de fútbol, etc. dentro del que que operan sistemas morales distintos. Estos pueden o no estar mutuamente alineados. De no estarlos, ocurren conflictos morales que admiten un juicio distinto según el círculo en el que uno esté posicionado dentro de los muchos que se intersecan en cada individuo.

De hecho, el arco argumental de gran parte del cine se entiende perfectamente en estos términos. P.e., Charley está casado con Irene y ambos son felices; pero Charley pertenece a la familia mafiosa de los Prizzi, que le ordena asesinar a su esposa. El conflicto moral es producto de la incongruencia de los principios morales que rigen en los ámbitos respectivos. El de la conciliación familiar es otro ejemplo típico: la moral del trabajo (o la del centro de trabajo específico, o el de la profesión) impone una serie de exigencias que están en conflicto con las que gobernarían una familia sana y feliz.

El estado, en aras de su propia supervivencia, realiza grandes esfuerzos en tratar de alinear los principios rectores de las organizaciones que operan en su seno —el mito del bien común es uno de los instrumentos que utiliza— o, de simplemente, tratar de hacer desaparecer aquellas —p.e., los grupos terroristas— de más difícil asimilación.

Y así podrían enumerarse muchos otros ejemplos derivados de ese problema fundamental que es el de la inserción del hombre de múltiples círculos morales no necesariamente alineados.