Sobre "Éxito y suerte. El mito de la meritocracia."

Acabo de terminar el libro de Robert Frank que da nombre a esta entrada y me ha apetecido dejar escritas unas líneas sobre él.

En primer lugar, hay que decir que es un libro extraño en tanto que el título que lleva lo merece solo su primera mitad. La segunda trata de otro asunto y no creo que las palabras éxito o suerte, muy frecuentes en la primera, aparezcan en más de dos o tres ocasiones en la que le sigue.

El asunto de esta segunda parte es su propuesta —no original, por otra parte— de un tipo de impuesto que no queda claro si el autor propone añadir a los ya existentes en EEUU o si serviría para reemplazar a alguno (¿el de la renta? ¿el sales tax de algunos estados?). Se trata de un impuesto progresivo sobre el consumo que, en la práctica, sería algo así como un impuesto sobre la renta del que quedarían excluidas las cantidades ahorradas: la diferencia entre ingresos brutos y ahorro se consideraría consumo y sobre él se aplicaría un impuesto progresivo (que comenzaría en 0 sobre un tramo generoso para no gravar el consumo de productos básicos).

Es un impuesto que tiene sus méritos (p.e., gravaría también el consumo en el extranjero, algo en lo que el autor no repara), fomentaría el ahorro y la inversión y penalizaría los gastos suntuarios y en los llamados bienes posicionales.

Contiene esta parte algún argumento extravagante como el siguiente. Dado que el impuesto no se aplicaría sobre un primer tramo de consumo, quedarían excluídos los bienes de primera necesidad (pan, papel higiénico, bolígrafos, etc.). Pero se gravarían sustancialmente bienes como los apartamentos con vistas a Central Park. Estos son bienes posicionales porque, de alguna manera, son comprados para marcar status. Supóngase que existen 1000 de tales apartamentos y que son propiedad acualmente de los 1000 neoyorkinos más ricos; estos los adquieren para que se note que no son el 1001, 1002, etc. más rico de la ciudad. Después de este impuesto, el ranking de riqueza en Nueva York permanecería invariante, por lo que esos 1000 ricos seguirían poseyendo esos apartamentos, dejándolos fuera del alcance del del resto de la población. No queda claro si los apartamentos costarían más o menos que antes (antes o después de impuestos), pero seguiría habiendo, sostiene, los mismos apartamentos y los mismos propietarios. Vamos, que sería un impuesto con todo ventajas y ningún inconveniente.

Sospecho que la literatura académica sobre el asunto será más clara al respecto y que en un libro divulgativo y de parte no cabe esperar encontrar los distingos pertinentes. Pero tampoco quiero abundar en el asunto porque no es realmente el que me llevó a leer el libro.

Otra parte del libro, intermedia y nexo entre la anterior y la relativa al azar y la suerte, tiene que ver con los aspectos morales de pagar impuestos. Para el autor, además de una conveniencia egoísta, existe la obligación moral de pagar no solo impuestos sino más impuestos —tampoco dice cuántos— y todo lo que plantea sobre el azar y la suerte en la primera parte del libro no queda simplemente ahí para que sepamos más sobre la importancia del sino, sino que sirve explícitamente como soporte para este argumento en favor del incremento de la carga fiscal. Que es, esencialmente:

  1. El éxito económico de muchos sujetos (los ricos) no es debido al mérito sino al azar.
  2. Que, por lo tanto, estos deberían estar obligados a repartir ese inmerecido dividendo de la suerte con el resto.

Concede, sí, que muchos de quienes tienen éxito —siempre económico, no se plantea el éxito en otras dimensiones de la realidad— también tienen condiciones excepcionales, han trabajado duro, etc. Pero incluso esas condiciones excepcionales y esa cultura del esfuerzo les llegaron azarosamente (por haber nacido con una particular dotación genética en el sitio y el momento adecuados, por ejemplo). El autor disecciona casos de éxito y —nada sorprendentemente— no deja de encontrar en todos los niveles —biológico, social, laboral, etc.— excepcionales configuraciones astrales.

Ese es, desde muy arriba, el resumen de lo que uno espera encontrar en las páginas del libro. Que tiene, desde el punto de vista argumentativo, dos serios defectos. El primero es que se centra en casos —muchos— en los que determinados personajes se encontraron en coyunturas rubiconianas, infrecuentes y de muy alto impacto —y en las que, obviamente, los hados les resultaron favorables—. Sin embargo, para la mayor parte de nosotros, el azar se manifiesta de manera distinta: una secuencia de disyuntivas, muchas, de pequeño impacto en las que, a veces, tenemos suerte y en las que otras, desafortunadamente, no. El común de los mortales vive en un mundo donde el azar está domesticado por la ley de los grandes números.

El segundo es que existe mucha teoría sobre la medición del éxito que el libro pasa por alto. Véase, por ejemplo, esto o esto. Tenemos herramientas para saber dónde es más fácil medir el mérito y dónde cualquier charlatán puede pasar por sabio.

xkcd - impostor

De todos modos, el libro contiene un parrafito altamente rescatable. Sostiene en la sección en la que trata de la misteriosa persistencia del mito del mérito y de la poca importancia que se le suele conceder a la suerte, que pueden subyacer motivos evolutivos entre los cuales está el siguiente a través de un ejemplo. Aunque los resultados de los estudiantes en unos exámenes oficiales dependen en gran medida de la suerte, tienden a prepararse más y mejor aquellos que creen —falsamente, según el autor— o están autoconvencidos —¿autoengañados?— de que solo cuenta el mérito. Así, descontar el factor suerte nos hace más concienzudos, nos motiva a trabajar más duro y, en última instancia, a obtener mejores resultados que aquellos que dando al factor aleatorio la importancia que realmente tiene y obrando en coherente consecuencia, vaguean.

Educadores del mundo, tomad nota.