Kill zones y administraciones públicas

El térmimo kill zone se ha popularizado para describir un fenómeno bastante reciente. Se trata de un vacío de ideas de negocio y de inversiones en un área de la economía que, a pesar de haber sido muy fértil y dinámica en tiempos, se está convirtiendo en un páramo: el desarrollo de productos y servicios muy próximos al área de actividad de los gigantes de internet (Google, Facebook, etc.). El problema es que estos actores, de detectar un modelo de negocio exitoso dntro de su radio de acción, pueden comprarlo por poco precio—en el mejor de los casos— o fusilarlo (i.e., copiarlo) —en el peor— impidiendo así su natural evolución.

Se trata de un vicio del natural y sano ejercicio de la competencia en un mercado abierto. La posibilidad de que surja un competidor está, de alguna manera, interiorizada y asumida por quienes se lanzan al emprendimiento. Pero la existencia de esos actores descomunales y la evidencia de su comportamiento pasado supone un cambio cualitativo. Nadie invierte apenas en negocios susceptibles de captar el interés de los grandes.

Pero esta subversión de la sana competencia y su efecto pernicioso sobre la inversión y, en última instancia, la provisión de productos y servicios novedosos, no es ni nueva y se circunscribe al mundo de la tecnología. Existen otros actores significativos operando en la economía de tal manera que crean kill zones análogas: las administraciones públicas.

Siendo que una administración pública puede, en un momento determinado, considerar que un barrio necesita un gimnasio, un colegio, una guardería o un hospital, y construirlo con o sin criterios de mercado y contando con un presupuesto infinito, ¿qué actor privado va a poder estar interesado en operar en esos sectores?

Se dice que las administraciones públicas corrigen fallos del mercado; poco se habla, sin embargo, de los que su propia existencia —no debidamente acotada— genera.