Y libéranos de toda complejidad. Amén.

Una de las funciones menos publicitadas de los estados —y una de las que, por falta de énfasis y transparencia, menos eficazmente realizan— es la de liberarnos de un porcentaje sustancial de la complejidad del mundo.

El mundo es complejo y cada individuo tiene una capacidad limitada para evaluarla, procesarla y tomar las decisiones adecuadas. ¿Es pan realmente esto que contiene una barra? ¿Estará hueco por dentro este multímetro que me ofrecen? ¿Tendrá realmente 256 GB de memoria este pincho? ¿Es adecuado el programa lectivo de esta escuela para mis críos? ¿Contiene metales pesados la pintura de este juguete?

Es imposible resolver por nosotros mismos estas cuestiones. Necesitamos de una institución con tanques que dicte y haga cumplir determinadas normas. Por mucho que les duela a los enemigos más empedernidos de ese tipo de organizaciones armadas.

Eso sí, hay que distinguir casas y casos y hay que evaluar las normas dirigidas a reducir la complejidad del mundo por, precisamente, su eficacia al respecto.

Existen sectores en los que, en este sentido, la intervención del estado prácticamente innecesaria. Por ejemplo, una institución privada, el Bluetooth Special Interest Group, da fe de que los cachivaches con el símbolo de Bluetooth sean efectivamente cachivaches Bluetooth. (Cierto que aún dependen de los estados para que las denuncias a actores malintencionados que impriman en falso el logo de Bluetooth en sus productos sigan su recto curso.)

Pero sería complicado citar muchos más casos similares, existentes tanto en acto como en potencia.

Por otro lado, existen marcas con una visibilidad y sometidas a un escrutinio tal que podrían estar exentas de otro tipo de regulación: Apple, Microsoft, etc. Un producto Apple responde a las especificaciones indicadas en la tapa porque lo garantiza Apple, no la consejería de consumo de la Rioja.

Pero, de nuevo, aunque la lista pudiera ser sustancial, quedaría demasiado corta en términos de la potencial cuota de mercado de sus integrantes dentro del universo de bienes consumidos. Sería conveniente para todos que ciertas organizaciones pudieran optar a quedarse fuera de las regulaciones habituales, pero contraproducente aspirar a eliminarlas todas.

Eso sí, allí donde el estado actuase para reducir la complejidad de lo que existe, debería pedírsele cuentas en términos de su eficacia en dicho sentido. Y no, simplemente, echar mano del argumento de la complejidad para justificar una simple extensión del poder coercitivo del estado.