¿Es posible la igualdad en extremistán?

Hay quienes piensan que, ya que toca trabajar, no está mal hacer dinero con ello. O hacer lo suficiente trabajando lo mínimo. En definitiva, lograr más con menos esfuerzo. Quienes conozcan a personas movidas por tal principio oirán de ellas mencionar —entre otros, claro— el concepto de la escalabilidad. Es escalable aquello que una vez da servicio a una persona, puede darlo también a cien, mil o un millón por el mismo esfuerzo (o similar). Un matemático diría que el rendimiento es superlineal con respecto al esfuerzo.

Que haya mucha gente buscando ganar mucho trabajando lo justo nos ha traído muchas cosas buenas. Prácticamente, todo lo salido de Silicon Valley ha incorporado ese principio en algún punto de su concepción o diseño.

Nicholas Taleb, en alguno de sus libros se refirió a ese mundo superlineal como extremistán. En extremistán se encontrará gente que gana uno y gente que con el mismo esfuerzo gana diez, cien o mil. Al final, ¿trabaja mucho más Madonna que muchos otros músicos de tercera, cuarta o quinta?

En contraposición a extremistán se encuentra normalistán donde el rendimiento es aproximadamente proporcional al esfuerzo. Casi seguro, ningún taxista gana el doble de la media de su municipio: el reloj tiene el mismo número de horas para todos.

Todo eso es cierto y sabido. Incluso nada polémico. Pero se olvida una vez que haciendo tabla rasa de todo —asumiendo que los seres humanos son, como en aquel chiste, esféricos— se habla de la igualdad como objetivo social o político. Se ignora de manera más o menos premeditada que existen actividades que por su propia naturaleza pertenecen al reino de extremistán y que habrá quienes consigan hacerlas escalar —recuérdese que el que que sean escalables no significa que todos puedan encaramarse automáticamente a sus peldaños—. Y no solo eso, sino que es beneficioso para todos que suceda así.

Por hacer justicia a algunos defensores de la igualdad, mencionaré que sí que he encontrado argumentos en los que se hace referencia al problema anterior. Rawls, por ejemplo, al tratar las virtudes de un sistema político acepta relajar la necesidad de igualdad habida cuenta de la necesidad de retribuir convenientemente a algunas personas que realizan actividades de las que todos acaban beneficiándose. Por eso renuncia a sacrificar la eficiencia en aras de una igualdad absoluta. Pero, hasta donde sabe quien escribe, no fundamenta esa salvedad en la estructura real, física, del mundo, en el que algunas actividades son, quiérase o no, escalables.