¿Ha cambiado el humor?

I am convinced that a majority of the learned philosophers who have written treatises on laughter and the comic never saw a baby. —Max Eastman

Tiene Esteban Fernández en El Confidencial el artículo La política de los últimos años, explicada mediante los chistes de murcianos y gitanos. No voy a entrar tanto en el fondo del artículo como en una serie de consideraciones suscitadas por el siguiente extracto:

El humor era tolerado, y no merecía sanción penal, cuando la broma y el chiste, aunque fueran desagradables, no suscitaban duda en el receptor: estaban proferidos en tono humorístico y su intención era generar diversión. Hoy eso se ha perdido: el chiste se ha convertido en político a todos los efectos, y como tal es tomado: la presuposición es que se está pensando exactamente lo que se dice, y que no es más que un disfraz discursivo para expresar racismo, odio, intención de dañar.

Lo quiero aprovechar para realizar algunas consideraciones sobre el humor y la risa, la mayor parte de las cuales tienen que ver con el resto de los temas que trata el artículo. Para todo esto me basaré en el libro imprescindible The Elephant in the Brain y, en particular, el capítulo que dedica a la risa.

La primera consideración que hacer es que el humor, en contra de lo que señala el articulista en el párrafo anterior, no cambia —al menos, no cambia en periodos de tiempo culturales o históricos, aunque sí pueda hacerlo en el mucho más parsimonioso reloj de los cambios biológicos o evolutivos—. La risa es, de hecho, un mecanismo de adaptación social que compartimos con ciertos primates, que es connatural a los niños y que opera también en lugares y culturas diferentes a aquellas en las que están sucediendo los fenómenos de los que da cuenta el articulista. Decir que cambia la risa es decir que se mueven las montañas y no el tren en que uno viaja.

La risa tiene dos funciones diferentes, aunque a veces relacionadas. La primera, delimitar el nosotros de el ellos. Me río con el vídeo del señor que se cae del andamio, pero no lo haría si el protagonista fuese mi padre —o tal vez sí, si la escena hubiese ocurrido hace muchos años y supiese que tuvo final feliz—; se reían aquellos adolescentes del niño autista; nos reímos cuando los protagonistas de las películas de Tarantino masacran nazis con saña. Vemos a un otro ajeno y nos reímos de él para que, entre otras cosas, quede manifiesto que somos distintos.

La segunda función tiene que ver con las normas. Existen muchas y de todo tipo pero la risa es un indicador público y manifiesto de que no estamos operando en serio, que estamos haciendo un paréntesis, y que, por tanto, estamos sujetos a un conjunto de normas más laxas. De broma, riéndonos, podemos pegarnos golpes, hacernos la zancadilla, hacer comentarios y, en general, subvertir las restricciones normativas habituales para, entre otras cosas, explorar sus límites. Existen cosas que no se pueden decir, existen cosas que no se pueden hacer… y luego, siempre cosas que no se pueden decir o hacer bajo ningún concepto.

A los críos se les enseña que tanto empujar como meter el dedo en el ojo de los demás está mal. Jugando, riéndose, descubren, además, que lo primero es mucho más permisible que lo segundo.

Por tanto, el estudio del humor y la risa, de aquello sobre lo que se pueden hacer chistes y lo que no, son un instrumento para aprender de otras sociedades y de la nuestra, para entender cómo van actualizándose los preceptos morales a lo largo del tiempo, cuáles ascienden por la jerarquía informal de las normas y cuáles pierden vigencia. Para ejemplos, el artículo arriba citado, siempre que se reinterpreten bajo esta óptica.

Los guardianes de La República de Platón no tenían que ser amantes de la risa. Jorge de Burgos, en El Nombre de la Rosa, llega al asesinato en serie para evitar que saliese a la luz el segundo libro de la Poética de Aristóteles,

manuscrito que se supone desaparecido en la Edad Media, y en el que supuestamente el filósofo realizaba una defensa de la comedia y el humor como posibilidad de cuestionar los absolutos establecidos. (Fuente)

¡Para qué abundar en lo que ocurre hoy!