Meritocracia: deberes vs intereses

El artículo al que me refiero es ¿La tiranía del mérito?, de Gregorio Luri, publicado recientemente en la sección muy oportunamente denominada elSubjetivo de TheObjective. La entradilla que alguien eligió para el artículo, un breve fragmento del mismo extraído de su parte final, dice lo siguiente:

Nadie es merecedor ni de su dotación genética ni de la familia que lo acoge. Precisamente por eso tenemos el deber inexcusable de la solidaridad.

Se trata de una entradilla desafortunada porque desdice de lo que viene luego, tanto en contenido como en espíritu. El artículo, de hecho, es un breve resumen con unas mínimas pinceladas críticas —es tan breve que no da para más— del libro La tiranía del mérito de M. J. Sandel. La frase que rescata la entradilla forma parte de una especie de silogismo incompleto e inconsistente, como una silla de dos patas, que dice así:

Es obvio que las condiciones de partida de la carrera meritocrática son claramente desiguales. Nadie es merecedor ni de su dotación genética ni de la familia que lo acoge. Precisamente por eso tenemos el deber inexcusable de la solidaridad.

Es decir, que de la premisa (lo que es obvio), se debería seguir el deber de la solidaridad. Lo que pretendo hacer en esta entrada es aristotelizar (o tal vez espinozar) el argumento anterior.

La palabra obvio aparece dos veces en el artículo, haciendo de baliza de las dos premisas fundamentales. Una, en el silogismo anterior; otra, más arriba, donde dice que:

[…] Sandel parte en […] de esta obviedad: si necesitamos un profesional, no nos contentaremos con chapuceros.

De las premisas

  1. queremos profesionales capaces y
  2. mucha gente no tiene posibilidad de formarse

no se sigue que tengamos deberes para con los segundos; se sigue, más bien, que querremos darles oportunidades para que puedan convertirse en esos profesionales que necesitamos.

Reconozco que la diferencia entre el deber y el querer puede hacerse tan grande o pequeña como se quiera. Por ejemplo, si todos asumimos el interés por contribuir a la mejora de las oportunidades de los menos afortunados, pude haber quien se escaquee (¿cómo traducir free-riding aquí?) obteniendo los beneficios pero sin contribuir a ello. Entonces, el grupo puede hacer valer su poder coercitivo convirtiendo esa preferencia en un deber y encargando a la Guardia Civil de antaño el velar su puntual cumplimiento.

Por otro lado, una diferencia entre ambas aproximaciones radica en que desde la perspectiva del querer, a aquel que contumazmente malbaratase las posibilidades de ascenso social que se le proporcionasen, no habría por qué obstaculizarle su voluntario despeñamiento hacia al chabolismo. Pero como si eso no ocurriese incluso después de décadas de esa onerosa guerra contra la pobreza que tanto nos cuesta dar por perdida y entregar armas y bagajes en una rendición oportuna.

Creo en todo caso que las posiciones son claras y las consecuencias tanto lógicas como prácticas de una y otra postura también. Así que solo me queda decir que estoy sumamente sorprendido de que la conclusión a la que llega el autor de aquel artículo sea mucho más popular, casi un lugar común, que la que aquí señalo.