¿Cómo (no) evaluar una heurística?

Esta breve entrada continua y remata la de la semana pasada. Allí discutía como la racionalidad de una heurística —incluyendo las ideologías y sin entrar a evaluar qué es racional— no puede ser nunca el criterio de bondad.

Entonces, ¿qué hace buena a una determinada heurística? Podría resumir aquí la discusión de Gigerenzer sobre cómo los beisbolistas atrapan las pelotas, pero el lector interesado lo puede consultar por su cuenta —se le recomienda encarecidamente— en A Simple Heuristic Successfully Used by Humans, Animals, and Machines: The Story of the RAF and Luftwaffe, Hawks and Ducks, Dogs and Frisbees, Baseball Outfielders and Sidewinder Missiles—Oh My!. En general, dentro de la disciplina de la racionalidad con limitada, en el que se inscribe el trabajo anterior, se ofrecen respuestas a esta cuestión. Respuestas que, por lo que he visto sin pararme a repasar la literatura, suelen ceñirse al mundo de pequeñas decisiones cotidianas.

¿Se puede ser (siempre) racional?

Esta es una entrada breve —que probablemente continuaré con otra igualmente breve— acerca de si podemos o no ser siempre racionales. Está lejanamente motivada, como tantas otras, por una discusión en Twitter en la que alguien afeaba a otro no saber fundamentar racionalmente la ideología de la que hacía gala.

Uno de los grandes temas de este blog es el de la interpretación de la ideología como una heurística: a falta de mayor formación e información acerca de un asunto, uno puede tirar de ideario. Es decir, de una serie de recetas precocinadas listas para ser aplicadas. Un observador externo podría juzgar como irracional dicho comportamiento; y afearlo, incluso. Como si la racionalidad fuese la piedra de toque que permite calibrar el valor preciso de todo.

Asuntos importantes

Scott Sumner publicó recientemente una lista de los que considera los (¿sus?) asuntos más imporantantes. Uno puede estar o no de acuerdo con todos (o ninguno) o el orden particular en que se muestran. Pero eso es secundario.

Lo innegable, en todo caso, es que estamos sometidos a un bombardeo constante de noticias sobre asuntos de relevancia menor que nos hacen perder tiempo. Explicitar una lista de temas importantes, identificar las fuentes de información más pertinentes al respecto y profundizar en sus complejidades es usar el tiempo mucho más efectivamente.

Expertos no bayesianos

La versión pop del teorema de Bernstein-von Mises viene a decir que dos sujetos racionales que miran los mismos datos acabarán teniendo opiniones similares. Un poco más concretamente, que al acumularse la evidencia común, sus posterioris tenerán a converger independientemente de sus prioris de partida (de cumplir ciertas condiciones mínimas de regularidad).

En el debate de estos tiempos sobre el mercado eléctrico (y, más en general, el energético) observamos operar a ciertos sujetos —expertos— que estando expuestos a la misma y abundantísima evidencia —datos de producción, consumo, etc.— están anclados en posiciones diametralmente opuestas. Y que, además, tienden a coincidir con los intereses de las organizaciones que, mirando un poco, parece ser que los tienen en nómina.

Intuiciones morales: una advertencia

Hoy he tenido una discusión sobre las intuiciones morales como fundamento de un comportamiento moral. El argumento ofrecido (por los otros) es simple: todos tenemos intuiciones sobre lo que es correcto y lo que no y nuestro comportamiento moral debería estar basado ya sea en ellas directamente o indirectamente a través de principios éticos construidos por interpolación.

Me parece relevante dejar aquí escritos una serie de contraargumentos al respecto. En primer lugar, las intuiciones morales tienen mucho más de fisiológico que de racional. Hay un mecanismo físico —¿hormonal?— que se activa en presencia de aquellas —¿todas? ¿solo algunas? ¿dependiendo del contexto?— coyunturas que solicitan un juicio moral: frecuentemente sentimos algo en el estómago, se nos humedecen los ojos, etc.

Indicios de que "lo del cambio climático" es una tomadura de pelo

Vaya por delante que el autor de estas páginas no es lo que ha venido a denominarse un negacionista del cambio climático sino, más bien, un observador con cierto interés en lo que ocurre. Pero este observador tiene motivos para descontar el potencial efecto de eso en lo que, efectivamente, cree —aunque con diferencias de grado con respecto a muchos ortodoxos—.

Cuando hay una guerra o una hambruna, todos los recursos se dirigen de la manera más eficientemente posible a solucionar ese gran, casi único problema. Si el del cambio climático fuese un problema comparable, todos nuestros recursos irían dirigidos a mitigar sus causas y efectos.

Ciencias empíricas: una potencial deriva peligrosa

Hace un tiempo, escuché una conferencia de uno de los más conocidos y reconocidos economistas españoles en Youtube y habrá de perdonárseme ahora la pereza por ubicar en enlace. Lo relevante de la charla versaba sobre lo que me llevó a ella, el tratamiento —¿neotratamiento?— de la causalidad dentro de dicha disciplina. Pero lo relevante para la entrada de hoy fue el llamamiento a convertir la economía en una ciencia empírica.

Salvando. tal vez, al homo economicus

Lo del homo economicus siempre ha sido un mito. Pero léase (¡lease!) esto.

El mito/modelo del homo economicus se dio por bueno durante mucho tiempo. Pero hoy está, sorprendentemente, en cuestión; véase esto como ejemplo de e introducción a una extensa literatura fácilmente resumible.

Es sorprendente la irracionalidad del ser humano en lo relativo a la gestión económica de sus asuntos es conocida desde siempre: toda una industria, la publicidad, está construida sobre esa premisa. Retrotrayéndonos, solo ella justifica el éxito de los sofistas y la inquina que parecieron profesarles los caros Sócrates y Platón.

Cambio climático: ¿por qué esta vez es diferente?

El del llamado cambio climático no es el primer gran reto medioambiental que recordamos los que tenemos ya cierta edad. Hace no tanto, los que iba a acabar con nosotros fueron, primero, la lluvia ácida y, después, el agujero de la capa de ozono. Pero estos dos problemas han sido solucionados. Así que la pregunta casi necesaria es: ¿podrá igualmente solucionarse el problema del cambio climático? ¿Hay algo que lo haga distinto?

Transición energética: los últimos serán los primeros

La de la transición energética es una carrera en la que, por algún motivo, nos estamos viendo inmersos en los desventurados tiempos en los que nos toca vivir. Pero a diferencia de otras carreras en las que se ha visto inmersa la humanidad —grandes descubrimientos, colonización de África, revolución industrial, etc.— los incentivos están al revés: se gana perdiendo (o llegando el último). En términos bíblicos (¿evangélicos?), rige aquello de que los últimos serán los primeros.

Mitos y modelos (o Bueno y Box)

Escribe Gustavo Bueno que:

En tanto que los mitos asumen el papel de interpretar el mundo, sus efectos pueden ser diversos. Hay mitos luminosos y esclarecedores. Hay mitos ambiguos o claroscuros. Y mitos oscurantistas y confusionarios.

Dicen que dijo G. Box:

All models are wrong, but some are useful.

¿NO vienen a decir, en el fondo, lo mismo?

Sostener que "la ciencia respalda la energía nuclear" implica indirectamente que la economía no es una ciencia

Se expande por ahí la particular especie de que la ciencia —¿con mayúscula tal vez?— respalda el uso de la energía nuclear. Lo cual es solo parcial e interesadamente cierto.

Trolley problem

Las ciencias duras, por supuesto, no pueden dejar de indicar que la energía nuclear, tal cual se operacionaliza hoy, es segura, etc. (Aunque no se puede olvidar que el grado de seguridad bajo el que debiera operar una instalación nuclear no es una categoría que pertenezca y se pueda resolver en el seno de una ciencia dura: exige un análisis que la sobrepasa.)

Tres perspectivas sobre el asunto de la meritocracia

Retomo el debate sobre la meritocracia, que ya ha aparecido en estas páginas en un par de ocasiones previas menos por gusto que por necesidad. Desgraciadamente, existe hoy en día y, al menos, en la parte del globo que habito, un preocupante debate al respecto que nos obliga a reflexionar, posicionarnos y, por supuesto, en el ámbito de nuestra esfera privada y familiar actuar en consecuencia.

Lo que quiero dejar descritas hoy son tres posturas que he identificado acerca de la meritocracia. No quiero, de todos modos, negarme a pensar que pueda haber otras o que un par de las que considero no puedan considerarse variantes o, al menos, mutuamente compatibles. Las quiero denominar postura metafísica, cuantitativa y pragmática.