¿Por qué los sociólogos tienen una visión tan negativa de la desintermediación de la cooperación?
Somos relativamente prósperos porque cooperamos con otros. Eso no lo discute casi nadie.
Existen varios mecanismos de cooperación entre humanos. Joseph Heath, en un artículo que leí hace tiempo, los clasificaba en tres grandes grupos:
- Los que funcionan en pequeños entornos (p.e., familias o aldeas), que operan bajo un principio que podría denominarse de supervisión por pares y que tiene el conocidísimo problema de no escalar con el tamaño de grupo.
- Los sistemas jerárquicos, en los que una burocracia vigila el cumplimiento de las tareas que tienen asignadas los miembros de la comunidad. Así funcionan el estado y muchas empresas y otro tipo de organismos e instituciones.
- Los sistemas voluntarios, los mercados, capaces de permitir la cooperación a escala planetaria de manera razonablemente eficiente.
A veces me pregunto en cuál de los tres apartados cabe clasificar otros vehículos de la colaboración entre personas como las organizaciones sin ánimo de lucro, etc., pero no es eso lo que quiero discutir aquí hoy. Lo que es cierto es que vivimos insertos en círculos de colaboración distintos que operan bajo versiones de los tres mecanismos: a veces nos coordinamos con agricultores indonesios al comprar cruasanes con aceite de palma; a veces, con los jubilados de hoy en día al pagar nuestras cuotas de la seguridad social o con el resto de los trabajadores de nuestra empresa al ordenar alfabéticamente unas fichas porque nos lo ha pedido nuestro jefe; finalmente, a veces, con nuestras familias al realizar tareas domésticas.