¿Ha cambiado el humor?

I am convinced that a majority of the learned philosophers who have written treatises on laughter and the comic never saw a baby. —Max Eastman

Tiene Esteban Fernández en El Confidencial el artículo La política de los últimos años, explicada mediante los chistes de murcianos y gitanos. No voy a entrar tanto en el fondo del artículo como en una serie de consideraciones suscitadas por el siguiente extracto:

El humor era tolerado, y no merecía sanción penal, cuando la broma y el chiste, aunque fueran desagradables, no suscitaban duda en el receptor: estaban proferidos en tono humorístico y su intención era generar diversión. Hoy eso se ha perdido: el chiste se ha convertido en político a todos los efectos, y como tal es tomado: la presuposición es que se está pensando exactamente lo que se dice, y que no es más que un disfraz discursivo para expresar racismo, odio, intención de dañar.

Meritocracia: deberes vs intereses

El artículo al que me refiero es ¿La tiranía del mérito?, de Gregorio Luri, publicado recientemente en la sección muy oportunamente denominada elSubjetivo de TheObjective. La entradilla que alguien eligió para el artículo, un breve fragmento del mismo extraído de su parte final, dice lo siguiente:

Nadie es merecedor ni de su dotación genética ni de la familia que lo acoge. Precisamente por eso tenemos el deber inexcusable de la solidaridad.

Se trata de una entradilla desafortunada porque desdice de lo que viene luego, tanto en contenido como en espíritu. El artículo, de hecho, es un breve resumen con unas mínimas pinceladas críticas —es tan breve que no da para más— del libro La tiranía del mérito de M. J. Sandel. La frase que rescata la entradilla forma parte de una especie de silogismo incompleto e inconsistente, como una silla de dos patas, que dice así:

Sobre el cambio climático

Now, given that humans are competitive social animals, it would be surprising if we chose this one arena—national politics—to suddenly live up to our altruistic ideals. (The Elephant in the Brain)

En esta entrada voy a volcar una serie de reflexiones sobre el cambio climático. Vaya por delante, en todo caso, que:

  • Soy de los que dan por buena la evidencia científica acerca de ciertos cambios, casi seguro debidos a la acción del hombre, tales como el aumento global de las temperaturas.
  • Tengo cierta querencia por el principio de prudencia tanto en este como en muchas otras coyunturas en que es de aplicación.

No obstante, mis convicciones están sembradas de caveats de las que quiero dar cuenta aquí.

Tirar de una cadena rota

Las ideas importantes, para ser verdaderamente operativas, tienen que cristalizar en el lenguaje: tenemos que poder referirnos a ellas con un nombre inequívoco, con una expresión breve. Las perífrasis y los abundamientos llenos de palabras no sirven, no son tan eficaces.

Uno de los problemas más graves que nos aquejan es el de la habitual confusión entre correlación y causalidad. Lo típico, como es bien conocido, consiste en confundir la primera con la segunda. Sin embargo, la expresión correlación no implica causalidad es insuficiente: hace relación a un distingo abstracto. En particular, no nos informa sobre qué conviene hacer y, muy especialmente, no nos advierte de las consecuencias del error. Consecuencias que se ven por doquier en nuestras sociedades actuales, tan proclives a las intervenciones, y sobre las que es ocioso abundar.

La ciencia se hace; la tecnología se aprende

La visión generalmente aceptada es la contraria: que la ciencia es eminentemente conceptual y la tecnología, práctica. Pero esa concepción puede conducir a engaños. Por ejemplo, uno puede argumentar: si X es una ciencia y yo sé —o estudio, o estoy aprendiendo, o uso— X, entonces yo soy un científico. Pero no, puede que no seas más que un técnico (o un tecnólogo).

Alguien puede trabajar como estadístico: recopila datos, realiza análisis, crea informes. ¿Es un científico? Pudiera serlo (en el ámbito en el que trabaja, p.e., la biología), pero, ¿sería un estadístico científico? Hacía ciencia estadística R. Fisher cuando demostraba las propiedades de la estimación por máxima verosimilitud, las discutía con sus colegas, las recogía en artículos y libros y las publicaba. Pero, ¿es eso lo que hace nuestro estadístico?

Platón gana todas las guerras, pero Protágoras todas las batallas

Esta entrada tercia en el conflicto de posturas entre Sokal y Latour que el primero, junto con su coautor, describe en Fashionable Nonsense: Postmodern Intellectuals’ Abuse of Science. En realidad, se enzarzan en dos capítulos distintos del libro, aunque para los efectos de esta entrada, el conflicto relevante es el que se describe en el capítulo dedicado a la sociología de la ciencia. Voy a comenzar con una breve semblanza de los dos protagonistas.

Ocasionalismo laico

El ocasionalismo es una doctrina filosófica que no encuentra otra solución a que las cosas ocurran que el que esté Dios constantemente causándolas:

Malebranche, in contrast, denied all causal powers to creatures, including the intra-substantial powers endorsed by Leibniz. For Malebranche, even the internal states of a creature are mere occasions for God to bring about the relevant subsequent states. (Fuente)

Todo lo que vemos, según los ocasionalistas, son es el resultado de una miríada micromilagros divinos constantes.

Moral, moralización y amoralización

He leído recientemente dos entradas (esta y esta) en el blog —muy recomendable— Evolución y Neurociencias que tratan la llamada moralización de la respuesta al codiv. Pero no me voy a referir hoy tanto al fondo de la cuestión que discute y las conclusiones que alcanza su autor —que me son, al fin y al cabo, simpáticas—, como a describir y, si me da tiempo, criticar, el marco conceptual que le sirve de apoyo.

Sobre la bioética

En esta entrada voy a seguir la que creo que es la nomenclatura más comúnmente aceptada: me referiré a la moral como el comportamiento observado de los agentes —sean estos personas, la mafia, un claustro de profesores o el cuerpo de bomberos— y a la ética como el estudio teórico de dichos comportamientos, sea cual fuere su naturaleza.

Es tentador para los estudiosos de la ética buscar reglas formales, sean estas de carácter normativo o puramente descriptivo. En tales casos, la ética opera de una manera similar a como lo hacen las ciencias positivas:

De Superviventia

No sorprenderá a nadie que las primeras líneas que se escriben en este blog se refieran al apotegma cartesiano. Permítaseme recordar al lector cómo en su Discurso del Método, Descartes encuentra en esa fórmula un asidero que le permite escapar, a lo Münchhausen, del pozo de la duda metódica.

Al autor de estas líneas —y simplemente, el autor en todo lo que sigue— lo sometieron primero a un régimen de certezas míticas; luego, a la trituradora espasmódica del pensamiento crítico, que lo sumió en un marasmo relativista. Su particular idea clara y distinta que lo elevó por encima del todo vale —o, más bien, del ¿por qué no todo va a valer?— fue la de la supervivencia.